jueves, 16 de octubre de 2008

Yambos de Calímaco

Calímaco compuso varios yambos-fábulas que desgraciadamente nos han llegado incompletos. Si bien en Calímaco la ironía no es extraña, los yambos son precisamente donde el poeta la muestra más flagrantemente. Los textos están tomados de Himnos, epigramas y fragmentos en la edición de Luis Alberto de Cuenca y Máximo Brioso Sánchez. Madrid: Gredos, 1980. Omití las notas y algunas marcas de los editores.

En el Yambo II Calímaco cuenta cuando los animales tenían el don del habla y reclaman a Zeus más dones (el tópico de la embajada a Zeus). El cisne solicitó la abolición de la vejez, la zorra cuestionó la justicia de Zeus… El tronante les quitó esta facultad a todos los animales (confundió las lenguas) y la repartió entre los hombres. De allí que nuestro género sea tan charlatán. El yambo termina con la violenta sátira que tienen las fábulas más recordadas.

Yambo II
Era aquel el tiempo en que la estirpe con alas y la del mar y la de cuatro patas igual habla tenían que el barro prometeico…En tiempos de Crono y en el aún anterior… justo es Zeus, pero no con justo imperio arrancó la voz a los que se arrastran y la especie… de los hombres (como si no pudiéramos nosotros a otros también de nuestra facultad hacer partícipes). Loro … y los autores de tragedias la de los habitantes de la mar poseen. Y los hombres todos de ahí, Andrónico toman su natural parlero y hablador. Y esto el de Sardes, Esopo, lo contó, al que los Delfos no cortésmente recibieron cuando su fábula fue a cantarles.

El Yambo IV de Calímaco relata la disputa entre el Laurel y el Olivo por la supremacía entre los árboles. Cuando la zarza intenta mediar, es ridiculizada. Es el esquema del mediador fracasado que aparece al menos 3 veces en las compilaciones esópicas pero ahora con protagonistas vegetales. Se ha dicho que las vegetales deben ser fábulas más antiguas en este caso Calímaco puede que haya retomado un relato antiguo para componerlo con ironía al utilizar los símbolos de estos árboles sagrados.

Yambo IV
Uno de nosotros (¿no?) también tú, hijo de Carítides… Escucha, pues, la fábula. En el Tmolo una vez, dicen los lidios de antaño, buscóle un laurel querella a un olivo, pues el caso… un hermoso árbol… sacudiendo sus ramas … dijo: “… yo soy insignificante entre los árboles todos… desdichado…” y a él de nuevo: “ ¡Oh Olivo loco!... yo… el que el Delos reside… y mi… el izquierdo blanco como la panza de una serpiente de agua, y al otro que de continuo va desnudo, el Sol le zurra. ¿Qué casa hay junto a cuyo dintel yo no esté? ¿Y qué adivino o qué sacerdote no me lleva consigo? Pues sobre el laurel la propia pitonisa toma asiento, del laurel le viene el canto, sobre el laurel se acuesta. ¡Oh, Olivo loco!, ¿Y a ti los hijos de los jonios, que se atrajeron la cólera de Febo, no los salvó Branco a golpes de laurel y sobre sus gentes pronunciando por dos o trs veces un oscuro ensalmo? También yo a los convites asisto y a la danza de los Pitaístas y me convierto en el premio del vencedor, y los dorios de las cimas de los montes del Tempe me cortan y me llevan hasta Delfos cuando se celebran los ritos de Apolo. Puesto que sagrado soy, no conozco el dolor ni sé (por qué camino) dobla el que a los muertos acarrea, pues soy puro; y la gente no me pisa. Y de ti en cambio, ¡oh, Olivo loco! Cuando a quemar van a un cadáver o a envolverlo en su tumba, con guirnaldas lo coronan y bajo los costados del que ya no alienta de una vez por todas contigo hacen un lecho.
Sin añadir más, así dijo él. Pero dióle la réplica sin perder la calma el progenitor del aceite: “¡Oh, el sumamente lindo!, la más preciada de mis prendas, como el cisne de Apolo has ido a cantarla al final: ¡ojalá no me canse de obrar así! A los varones que Ares sacrifica, yo les doy escolta y… de los caudillos, que… cuando a una canosa Tetis conducen a sus hijos a la tumba, o aun Titono anciano soy yo su acompañante y sobre el camino yazgo. Y más con esto me complazco que tú con esos que te llevan desde el Tempe…
Pero ya que has mencionado también este otro punto, ¿cómo, si de trofeos se trata, no yo mejor que tú?: pues el certamen de Olimpia de más prestancia es que el de Delfos. Pero más vale callar. Yo nada ni favorable ni ingrato de ti voy murmurando, mas en mis hojas hace rato están posadas dos aves que, charlatana es la pareja, tal palique se traen:
“¿De quién fue el hallazgo el laurel? De la tierra y… es como el carrasco, como la encina, como el ciprés, como el pino. ¿Y del Olivo, de quién fue el hallazgo? De Palas, cuando con el que mora entre algas pleiteaba por el Ática y, antaño, fue su árbitro el varón que por debajo era serpiente. (¡un punto por el laurel perdido!) Y entre los Imperecederos, ¿cuál en el olivos, cuál en el laurel ponen su estima? En el Laurel, Apolo, mas Atenea en aquel que fue su hallazgo. (¡un empate en esto para ambos pues entre los dioses no hay distinciones!) ¿Cuál es el fruto del laurel? ¿En qué lo empleo? Ni lo comas ni lo bebas ni con el vayas a untarte. Por el contrario, el del olivo el orujo es bocado del humilde, y otro el aceite, y otro la aceituna en salmuera de la que hasta Teseo bebió. (Por segunda vez cuento que el Laurel ha sido derribado). Pues, ¿de qué planta las hojas presentan las suplicantes? Las del olivo. (Tercera vez que el polvo el Laurel muerde) -¡Ay que infatigables los que parlan! Desvergonzada corneja, ¿cómo no te duele el pico?- Pues ¿de qué planta el tocón guardan los de Delos? El del Olivo, que dio reposo a Leto,,, los de la ciudad… al pueblo… lo coronaba el laurel… con una rama de victorioso Olivo… y sobre el peral agoreros… ni sobre el dintel… yo digo que el laurel”
Así habló. Y al otro el alma le dolió por tal discurso y, crecido aún más que antes, se avivó para la pugna en su segundo turno, hasta que… un viejo zarzal, áspera barrera… de los muros, dijo (pues a distancia no estaba de los árboles):
“No cejaremos, desdichados, hasta ser el deleite de nuestros enemigos, ni de echarnos en cara miserias mutuamente sin pudor, sino que…”
Pero a él torvamente, como un toro, lo miró el Laurel y dióle esta respuesta:
“¡Oh maldito oprobio!, ¿acaso, pues, también tú uno de nosotros? ¡Que no me dé Zeus ese castigo! Que ya de vecino me sofocas… ¡no, por Febo!, ¡no, por la Señora en cuyo honor resuenan los panderos!, ¡No por el Pactoclo!...

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